El
jardín es una alegría, una alegre manifestación de la Naturaleza.
Ahí crecen todo tipo de flores aromáticas y las vecinas se ocupan,
concienzudamente, en todos los detalles: limpieza, riego, poda... en definitiva que todo esté tratado de la mejor forma posible. Es una maravilla el amor que
procesan estas mujeres hacia sus jardines. Como si fueran los hijos
que alguna vez se fueron. Una
manera de continuar mantener vivo su amor por ellos.
De
todas las mujeres que habitan la casa, mi más apreciada es la señora
Amelia. A parte de ser una de las que mayor dedicación y respeto
muestra por las plantas, es la más trabajadora. Siempre está preocupada porque la casa se encuentre en el mejor estado de
higiene posible. Por ello, siempre transporta grandes cubos con agua y a veces tiene que bajar los escalones con un peso tremendo
en cada mano, lo cual para alguien de su edad puede resultar
peligroso pues en cualquier momento puede perder el equilibrio y
caer.
Las
otras residentes tienen la costumbre adquirida de ayudarse
mutuamente. O sea, todos se desviven para evitar que Amelia se precipite escaleras abajo y haya que
ingresarla en un hospital por rotura de hueso, todos se afanan por ayudar a la
señora Amelia. Pero a ella le gusta disfrutar de esa situación, forma parte de ese pacto (hecho a medias en el silencio) y también ayudará a aquellas vecinas que lo precisen.
La
señora Amelia pasa los días haciendo principalmente dedicándose a su lado de la casa y al patio, sus macetas, escuchar la radio y dormir la siesta. Esas son
sus principales actividades con las que deja pasar el tiempo.
Por
las mañanas trabaja la casa, cada una de las residentes se dedica a
una zona concreta,
llega la hora de la comida, la prepara, se la come, se duerme su siesta, que suele durar, sin exagerar, de manera aproximada unas cinco horas, y seguidamente el resto del día lo dedica a escuchar la
radio.
Antes
de que su hijo se marchara, le compro un transistor en una tienda
barata y fácil de manejar, pues su madres se hacía un lio con
facilidad con tantos botones y se ponía a escuchar Radio Nacional
mientras cosía, escuchando en continua
concentración las voces que retransmitía la radio, hablando de
multitud de temas.
Amelia
era, la verdad, feliz viviendo allí.
Ignacio Pérez Jiménez.
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