Para
empezar soy una parte fundamental de la estructura. Soy el elemento que permite que la construcción se compartimente. Cualquier edificio
que se plantea construir integra necesariamente mi soporte. Eso lo
saben todos los albañiles y arquitectos del mundo.
Yo
soy una pared blanca, vacía, no dispongo de los revestimientos ni
adornos con los que se suele decorar algunas paredes siguiendo
métodos tradicionales. Soy fría y desnuda. Cuando te encuentras
conmigo, sabes perfectamente que tus ojos están visualizando una
cuidadosa capa de cal con la que se pintan los lugares más
emblemáticos de la ciudad. Ni más ni menos. Soy directa. Lo que ven
tus ojos No me ando con disimulos. No me gusta enmascarar las cosas
con algo que no le corresponde, así como si fuera vergonzoso.
¿Por qué no reconociéramos simplemente de que estamos hechos sin
tener ningún tipo de aversión hacia ello?.
Yo
tengo la inmensa suerte de formar parte de la estructura de una casa
señorial. Esas antiguas edificaciones cuyos usos han cambiado a lo
largo del tiempo, pasando de ser mercado de pescado a prostíbulo o a
colegio u orfanato. Por aquí han pasado muchas vidas y yo he sido
testigo privilegiado de cada una de sus ellas. Recuerdo hasta el más
mínimo detalle. Lo que no se es si ellos y ellas se acordaran de mí.
De todas maneras eso será algo que nunca llegaré a saber. El día
que me desplomen (que espero que sea lo más lejos posible) acabaran con mis recuerdos.
La
verdad es que pienso mucho en ello. Recuerdo la primera vez que mi
aspecto sufrió una de esas irregularidades que producen las
inclemencias del tiempo. Nunca pensé que me iba a suceder a mí.
Siempre veía aquellos efectos en otros compañeros. En el tejado que
estaba muy humedecido y empobrecido. En las rejas verdes, cuyos
barrotes finos aparecían muy desgastados, oxidados, sucios. Pero jamás pensé que
esos estragos aparecieran en mí. Y lo hizo. Con una tremenda grieta de varios centímetros. Estaba muy avergonzado por ello y me daba
reparo mostrarme. Pero un humano remedio aquella situación. Pasó
una capa de cal y desapareció. Desde ese momento le estoy
eternamente agradecido. Mi aspecto resultaba tan bonito y tonificante
como siempre.
Formo parte de una casa antigua, muy grande, una
pared más de las miles que forman la configuración de la misma, con
sus correspondientes habitaciones, pasillos y escaleras, hay que
recorrer grandes distancias para llegar a conocer el edificio en
toda su totalidad.
Los
pasillos son prolongados, para una persona anciana se
le haría eterno avanzar por ellos. Si a ello añadimos pasillos
que van en direcciones distintas el laberinto que forman puede volver loco a cualquiera que la visite por primera
vez, pues tiene un sinfín de posibilidades de quedar desorientado y
perderse irremediablemente. Como en las historias griegas donde los
héroes quedaban atrapados en la complejidad de enormes dédalos.
Yo
tengo visión directa y general del patio de la casa. Esa es mi
ubicación. En la pared de al lado se encuentra una serie de buzones
adosados con los nombres de los propietarios escritos a lápiz. Es
una parte solitaria. Por aquí apenas transita nadie, excepto las
vecinas que también se dedican al cuidado del jardín. De vez en
cuando hace una visita el cartero para entregar alguna carta o acude
algún inquilino huyendo de alguna reprimenda. Pero generalmente no hay
casi nadie...
Ignacio Pérez Jiménez.
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