El suicidio de José Antonio Arrabal, por padecer ELA, ha abierto un debate entre los que apuestan por el suicidio asistido y los que creemos que la existencia del hombre depende de Dios, y sólo a Él corresponde terminarla en este mundo; no podemos rechazarla así como así.
A mi modo de ver, el problema de tantos hombres como José Antonio es el orgullo de quienes dejan de ser lo que han sido hasta entonces: una persona que podía hacer cosas y se vio abocada a la inmovilidad y dependencia física; a depender de los demás, en suma. El hombre se moría y no quería ver su propio final, como un anciano. Prefirió lanzarse de bruces sobre ella (la muerte), y dejar de ver su realidad de dependiente de los demás y su invalidez.
El hombre se moría, eso era innegable, pero la realidad como cristiano que soy, es que debió de dejar de recibir los cuidados paliativos, por que su final era la muerte, y dejar que llegase de modo natural, si ese era su parecer, y no alargarla innecesariamente. Esto es lo que debió haber hecho y no tomarse la justicia por su mano contra su propia enfermedad y realidad.
Ignacio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario