Un
día de tantos,
sin llamar a la puerta,
entraste de nuevo en mi vida.
Eras la misma,
aunque extrañamente distinta a la vez.
Conservabas el imperceptible halo
de la belleza esencial,
ahora lacónico rocío
desleído sobre los pétalos
de una rara flor,
en inútil pugna por atenuar
la cadencia de su marchitar.
Atravesaste fugaz el umbral
de mi gregaria existencia
como el pasado,
conjeturando rutas futuras,
hace escala técnica en el presente.
El presente,
instante de instantes,
nunca rendirá cuentas
a la tierra que pisamos
ni al cielo que nos alberga;
hallarlo no podríamos
ni aunque se nos concediese
bosquejar el universo
en su más remoto confín.
Aquí y ahora,
haciendo de nosotros morada.
En mi particular presente
preservarás siempre intacta,
blindada al frío y al calor,
a la helada y a la sequía,
toda tu radiante hermosura primera,
todo el esplendor en la hierba
de tu eterna juventud.
sin llamar a la puerta,
entraste de nuevo en mi vida.
Eras la misma,
aunque extrañamente distinta a la vez.
Conservabas el imperceptible halo
de la belleza esencial,
ahora lacónico rocío
desleído sobre los pétalos
de una rara flor,
en inútil pugna por atenuar
la cadencia de su marchitar.
Atravesaste fugaz el umbral
de mi gregaria existencia
como el pasado,
conjeturando rutas futuras,
hace escala técnica en el presente.
El presente,
instante de instantes,
nunca rendirá cuentas
a la tierra que pisamos
ni al cielo que nos alberga;
hallarlo no podríamos
ni aunque se nos concediese
bosquejar el universo
en su más remoto confín.
Aquí y ahora,
haciendo de nosotros morada.
En mi particular presente
preservarás siempre intacta,
blindada al frío y al calor,
a la helada y a la sequía,
toda tu radiante hermosura primera,
todo el esplendor en la hierba
de tu eterna juventud.
Joaquín
José Fernández Domínguez, poeta, amigo y seguidor de nuestro blog.
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