Todos
conocemos a gente inteligente que hace cosas estúpidas. En el
trabajo vemos a gente con mentes brillantes cometiendo los errores
más simples. En casa quizá vivamos con alguien que es
intelectualmente superdotado pero que, a la vez, no tiene ni idea.
Todos tenemos amigos con un impresionante coeficiente intelectual
pero que carecen del sentido común básico.
Desde
hace más de una década, Mats Alvesson y yo hemos estado estudiando
a instituciones inteligentes que contratan a las personas más
listas. Siempre nos ha sorprendido cómo estas personas tan
inteligentes terminan haciendo las cosas más tontas. Encontramos
adultos maduros participando con entusiasmo en un taller de
desarrollo del liderazgo que no estaría fuera de lugar en una clase
de preescolar; a ejecutivos que prestan más atención a las
diapositivas proyectadas que a los cuidadosos análisis; a altos
oficiales de las fuerzas armadas que preferirían llevar a cabo
maniobras de reposicionamiento de marca que ejercicios militares;
profesores que están más interesados en crear estrategias que en
educar a estudiantes; ingenieros más centrados en contar buenas
historias que en resolver problemas; y profesionales sanitarios que
pasan más tiempo marcando casillas que cuidando de sus pacientes. No
es de extrañar que muchas de estas personas inteligentes describan
sus trabajos como una tontería.
Mientras
hacía esta investigación me di cuenta de que mi propia vida estaba
plagada de estupideces. En el trabajo pasaba horas escribiendo
documentos científicos que solo una docena de personas iban a leer.
Preparaba exámenes para evaluar a estudiantes sobre un conocimiento
que sabía que olvidarían tan pronto como salieran del examen.
Pasaba gran parte de mis días sentado en reuniones en las que sabía
que todos los que estaban allí presentes eran completamente
inútiles. Mi vida personal era lo peor. Era el tipo de persona que
normalmente termina pagando "estúpidas tasas" impuestas
por gobiernos y compañías sin pensarlo.
Claramente,
tenía un interés personal en tratar de resolver por qué yo, y
millones de otros como yo, podíamos haber sido tan estúpidos por
tanto tiempo. Después de rememorar mis propias experiencias y leer
el creciente conjunto de trabajos sobre por qué los humanos no
piensan, mi coautor y yo empezamos a llegar a algunas conclusiones.
Tener
un gran coeficiente intelectual no significa que alguien sea
inteligente. Los test que miden el coeficiente intelectual solo
captan la inteligencia analítica. Esta es una habilidad que reconoce
patrones y resuelve problemas analíticos. La mayor parte de exámenes
CI no recogen otros dos aspectos de la inteligencia humana: la
inteligencia creativa y práctica.
La
inteligencia creativa es nuestra habilidad para lidiar con
situaciones nuevas. La inteligencia práctica es nuestra habilidad
para hacer cosas. En los primeros 20 años de vida, a la gente se le
recompensa por su inteligencia analítica. Entonces nos preguntamos
por qué los "mejores y los más brillantes" son poco
creativos e inútiles en la práctica.
Las
personas más inteligentes hacen atajos mentales todo el tiempo. Uno
de los más poderosos es el sesgo por interés personal: tendemos a
pensar que somos mejores que los otros. La mayoría de la gente
piensa que son conductores superiores a la media. Si preguntas a una
clase de estudiantes si están por encima de la media en cuanto a
inteligencia, la gran mayoría levantará sus manos. Incluso si
preguntas a una persona que objetivamente está entre los
peores en cualquier habilidad, tiende a decir que está por encima de
la media. No todo el mundo puede estar por encima de la media, pero
podemos tener la ilusión de que lo estamos.
Nos
aferramos desesperadamente a esta ilusión incluso cuando hay una
demoledora evidencia de todo lo contrario. Recolectamos toda la
información que podemos encontrar para probarnos que estamos en lo
cierto e ignoramos cualquier información que demuestre que estamos
equivocados. Nos sentimos bien, pero ignoramos hechos cruciales. Como
resultado, la gente más inteligente ignora la inteligencia de los
demás y eso les hace sentir más inteligentes.
Ser
inteligente puede tener un coste. Hacer preguntas complicadas,
realizar la investigación y pensar cosas cuidadosamente lleva
tiempo. Es incluso molesto. La mayoría de nosotros preferiríamos
hacer cualquier cosa antes que pensar. Un estudio reciente reveló
que cuando estás solo en una habitación, la gente prefería recibir
descargas eléctricas que estar sentado tranquilamente y pensar. Ser
inteligente puede molestar a la gente. Hacer preguntas difíciles
puede hacerte rápidamente impopular.
La
gente inteligente aprende rápidamente esta lección. En lugar de
utilizar su inteligencia, simplemente se callan y siguen a la
multitud, incluso si se encuentra cerca de un acantilado. A corto
plazo, esto merece la pena. Se hacen las cosas, todo el mundo vive de
una manera más fácil y la gente es feliz. Pero a largo plazo esto
puede producir malas decisiones y establecer las bases de un
desastre.
La
próxima vez que me encuentre a mí mismo dándome golpes en la
cabeza y preguntándome "¿por qué eres tan estúpido?",
intentaré recordarme que estoy atrapado en la misma situación que
millones de otras personas: mi propia idiotez probablemente tenga una
recompensa.
La redacción del blog.
Extraído de "eldiario.es"
1 comentario:
Para acertar una vez es necesario fallar una cuantas veces más... Así se aprende, amigos. Un fuerte abrazo
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