A
la hora del atardecer, cuando las manecillas del reloj caen vencidas
por la luz de la tarde, tu pelo rubio se torna cobrizo y
se despliega en mil direcciones distintas, que llenan con su sonrisa los verdes prados, preparándose para el cambio
diario de sus túnicas revestidas de verde con sus atuendos
oscuros propios de la noche.
La
noche oscura no entiende de colores y vierte su oscuridad inundándolo
todo, devorando con su
infinita negrura desde el pozo solitario en la mitad del
sembrado, olvidada por el labriego que ya descansa su trabajo, hasta
la flor que por minúscula se avergüenza en presencia de la luna cubriéndose con sus pétalos.
Un
circulo dorado y resplandeciente rompe la monotonía de tanta negrura y
decora el cielo con un sinfín de estrellas relucientes, hermanas
pequeñas de la luna que se disputan su puesto de emperadora nocturna
que ahora ocupa la diosa Selene, que se sienta en su trono cada noche
para hacer más hermosa la sombra que sobre el mundo se cierne.
Y
ahí prevalecerá la sombra hasta la llegada del triunfante
sol que desvanecerá los temores de las almas calladas, mientras las flores y el cielo se inundarán del éxito de la
victoria contra las oscuridades en un ciclo que repite eternamente cada día.
Ignacio Pérez Jiménez.
1 comentario:
que después de la oscuridad de la noche siempre viene un amanecer. Muy bonito este artículo y su mensaje.
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