Ahí
está, el vagabundo deambulando sólo por los paisajes urbanos,
llevando a cuestas su pobreza; él que no
pertenece a nadie ni a nada, vagando por la ciudad, sabrá cual será hoy la pena, cual será la alegría,
cuando verá amaneceres que alienten su alma y anocheceres que no acosen su resbaladiza razón.
Esta
noche habrá dormido a la intemperie, cubierto con las
frágiles hojas de periódico, con las ropas húmedas, improvisando hogares callejeros tan grandes como su cuerpo, a ras de un cielo a
veces frio y lluvioso y otros calurosos y agobiantes, quizás
entreviendo alguna esperada esperanza en las estrellas o en la forma
descolorida de las nubes blancas.
Hay
va deambulando por los paisajes urbanos, sin alas de mariposa ni ruido
de grillos, con la mente medio dormida, con mil rasgaduras
llenando sus ropas andrajosas, con la pobreza dentro de su piel, con la confianza tan debilitada que casi
muere ahogada en una de sus respiraciones.
Ahí
va el vagabundo por los paisajes urbanos, desprovisto de sueños, con
la barba densa, enmarañada, sucia, manchada, arrastrando su
decepción eterna sin elevar siquiera su voz en una plegaria,
durmiendo bajo los puentes sobre un monótono pentagramas.
Ahí
va el vagabundo otra vez por los paisajes urbanos, sin más compañía
que una tosca botella de mal vino, sin amigos, en
soledad perpetua.
Cruzó el umbral que separa los dos lados, el que da tanto miedo cruzar por lo tanto a lo que se debe renunciar. Y llegó hasta ella vestido de príncipe
para convertirse en harapos. Su pasado le persigue como una nube
tormentosa y su esperanza se halla perdida en algún recuerdo remoto
del pasado.
Pronuncia esa palabra para ti
inexistente llamada felicidad y consérvala en los bolsillos de tus
pantalones roídos. Sujétala con fuerza y aunque solo sea por una
vez en la vida cree en ella como la única salvadora. Amigo
desdichado del otro lado, cree aunque sea una sola vez y no parezca al
alcance de tu mano, porque no es solo tu derecho legítimo, sino el de toda
existencia humana.
Ignacio Pérez Jiménez.
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