miércoles, 13 de febrero de 2013

PALPITANDO DE FRIO


Una mañana me levante con el corazón palpitando de frío, como tempano helado que atraviesa mi alma sin compasión, con la profundidad certera de una espada, guerrero que vence sin tener en cuenta la fragilidad de mi corazón roto, sembrado de espinas.


Ese otoño repentino que ataca a los enamorados y asola sus espíritus débiles en un continuo tormento. Días que se llenan de hojas caídas y del aliento caído de las mariposas desconsoladas por el frío.

Te busque al despertar y recordé que las paredes son la barrera que marcan la distancia, murallas tras las que te escondes convencida de que no me necesitas, desván desnudo donde se ocultan las vergüenzas del olvido.

Grite tu nombre a  voz alta para enfurecer a voz callada del silencio, pero no lo escuchaste, quizás la llamada cambió de dirección, en vez del Norte fue al Sur y se perdió con el vuelo de las aves migratorias para convertirse en un diminuto punto brillante, rastro furtivo de nuestra antigua unión.

Expuesto mi corazón a los suspiros del invierno, tantee enloquecido de amor el aire buscando tu figura y solo encontré el vacío mudo que ocupa tu lugar, fría lluvia que me cala los huesos, desmembrando hasta lo más íntimo de mi anatomía.

Intente pintar tu imagen con pinceles desgastados por la soledad, pero mi paleta solo tiene tonalidades grises. No te pude concebir triste como árbol que yace desterrado con lamento de madera y hoja cubierta, porque tú eras felicidad y los colores que siempre obedientes, forman su magistral homenaje a la alegría, momento desbordante de colores limpios y nobles.

Antes tu sonrisa era un arcoíris que bullía agitadamente con la venida del sol, cambiando de colores tu ropaje multicolor mientras los sembrados mojados eran promesas fértiles de frutos sanos y variados.

Eras un lecho de verdes hojas donde me tendía a descansar y observar las estrellas; un lecho tibio era tu cuerpo blanco de estrellas, tan risueña como una dulce nota lanzada al aire, una sábana desplegada dispuesta a acoger con las manos abiertas mi debilidad física y moral. Y mi deseo carnal y comprensivo de ti, que encontraba en tus brazos, la mitad olvidada de amor que mi desaprensivo corazón ignoró.

Eras el aliento cálido de un pájaro, la bruma vespertina que nunca molesta con colores de épocas medievales, cuando se servía la cena fría y las paredes de los castillos eran sombrías.

Eras río que atravesaba la vereda con fortaleza, dejando atrás una estela de jazmines bañándose en el agua, agua que fluye suave por los contornos verdes ignorando su destino.

Ahora soy un espíritu errante que yace en lechos vacíos, fríos como los mármoles que cubren las tumbas, triste como un jubilado en domingo, solo como una flor entreabierta en pleno desierto, inútil como las palabras que pronunciamos y sin avisar se las llevo el viento, vete a saber tu donde.
Ignacio Pérez Jiménez.

1 comentario:

Salud dijo...

Chapeau Ignacio.Felicidades compañero!!!!!!!Besos a todos