miércoles, 7 de septiembre de 2016

CHAOUEN, LA CIUDAD AÑIL DE MARRUECOS.

En el norte de Marruecos, en uno de los parajes más bellos de las montañas del Rif, surge esta ciudad de calles estrechas y casas pintadas de blanco y azul. Llegamos desde la ciudad de Tetuán en apenas sesenta kilómetros por una bella carretera. La torre octogonal de la Mezquita Grande anuncia la llegada de lejos a esta joya, donde el tiempo parece haberse detenido.

Paseo por la ciudad

Desde la plaza del Mercado se accede fácilmente a una de la puertas principales de la Medina de Chaouen (Chefchaouen), la Bab el Ain. El antiguo barrio amurallado, de dimensiones asequibles, tranquilo, con sus callejuelas, azul, muy azul, respira autenticidad. Sus tiendas de artesanía rompen el hechizo monocromático; también las fuentes y dinteles de azulejos que muestran la clara influencia andaluza en la ciudad.

Las siete puertas de la ciudad

La plaza de Uta el Hammam es el punto perfecto para empezar a conocer Chaouen, con sus cafés y restaurantes donde tomar un delicioso té a la menta en una de sus terrazas, mientras se contemplan dos de las maravillas de la ciudad, la Mezquita Grande del siglo XV y el enorme cedro, símbolo de las montañas del Rif. Detrás, se halla la Kasbah, así como el antiguo barrio judío, Mellah que se cruza para alcanzar otra de las plazas representativas del casco antiguo, el Makhzen. La medina de Chaouen, que conserva intactas sus murallas del siglo XV, tiene siete puertas de entrada. Desde el Makhzen, se puede tomar un callejón que se dirige a la puerta de Bab el-Ansar y tras esta se encuentra la fuente Ras el-Maa, el barrio de los lavaderos, con la Plaza de Sebbanin y su mezquita también del siglo XV.

Gusto por la tradición

Las calles de Chaouen destilan tradición y la forma de vida de los habitantes del Rif se adivina en la indumentaria de las mujeres, vestidas con el traje tradicional de rayas blancas y rojas y sus vistosos sombreros de paja con borlas de lana. En la plaza del Mercado, estas mujeres venidas del campo extienden sus productos: hortalizas, fruta y especies se alinean en un festival de color que compite con el de los puestos de artesanía marroquí.


Las calles tintadas de añil adquieren una atmósfera especial al caer la noche. Un paseo envuelto en las fragancias que llegan del cercano Rif antes de buscar un restaurante donde degustar alguna de las especialidades del norte marroquí, que tiene en el queso de cabra una de sus delicias.

La redacción del blog.
Extraído del National Geographic.



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