En
el norte de Marruecos,
en uno de los parajes más bellos de las montañas
del Rif,
surge esta ciudad de calles
estrechas y
casas pintadas de blanco
y azul.
Llegamos desde la ciudad de Tetuán en
apenas sesenta
kilómetros por
una bella carretera. La torre octogonal de la Mezquita
Grande anuncia
la llegada de lejos a esta joya, donde el tiempo parece haberse
detenido.
Paseo por la ciudad
Desde
la plaza
del Mercado se
accede fácilmente a una de la puertas principales de
la Medina de Chaouen (Chefchaouen),
la Bab
el Ain. El antiguo
barrio amurallado,
de dimensiones asequibles, tranquilo, con sus callejuelas, azul, muy
azul, respira autenticidad. Sus tiendas de artesanía rompen
el hechizo monocromático; también las fuentes y dinteles de
azulejos que muestran la clara influencia
andaluza en
la ciudad.
Las siete puertas de la ciudad
La plaza
de Uta el Hammam es
el punto perfecto para empezar a conocer Chaouen,
con sus cafés y restaurantes donde tomar un delicioso té
a la menta en
una de sus terrazas, mientras se contemplan dos de las maravillas de
la ciudad, la Mezquita Grande del siglo XV y el enorme
cedro,
símbolo de las montañas del Rif. Detrás, se halla la Kasbah,
así como el antiguo barrio judío, Mellah que
se cruza para alcanzar otra de las plazas representativas del casco
antiguo, el Makhzen. La medina de Chaouen, que conserva intactas
sus murallas del
siglo XV, tiene siete puertas de entrada. Desde el Makhzen, se puede
tomar un callejón que se dirige a la puerta
de Bab el-Ansar y
tras esta se encuentra la fuente Ras el-Maa, el barrio
de los lavaderos,
con la Plaza de Sebbanin y su mezquita también del siglo XV.
Gusto por la tradición
Las
calles de Chaouen destilan
tradición y la forma de vida de los habitantes del Rif se adivina en
la indumentaria de
las mujeres, vestidas con el traje
tradicional de
rayas blancas y rojas y sus vistosos sombreros
de paja con
borlas de lana. En la plaza del Mercado, estas mujeres venidas del
campo extienden sus productos: hortalizas, fruta y especies se
alinean en un festival de color que compite con el de los puestos de
artesanía marroquí.
Las calles
tintadas de añil adquieren
una atmósfera especial al caer la noche. Un paseo envuelto en
las fragancias que
llegan del cercano Rif antes de buscar un restaurante donde degustar
alguna de las especialidades del norte marroquí, que tiene en
el queso
de cabra una
de sus delicias.
La redacción del blog.
Extraído del National Geographic.
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