viernes, 23 de diciembre de 2016

ES EMIGRACIÓN NO CONOCER MUNDO

Los emigrantes Españoles no se han ido de beca Erasmus, que es lo que parece cuando se escucha al Ministro de Exteriores, el señor Dastis. Los políticos que tenemos en España no se que me hacen pensar, no sé si decantarme entre su fatuidad o su indiferencia hacia el sufrimiento de las personas, que ellos han querido gobernar sin que nadie les obligara, el hecho político debería ser exclusivamente vocacional y no haberse convertido en una profesionalización.

Referir, a estas alturas, que las personas emigrantes lo hacen por vocación antropológica cultural es indecente. Me pregunto cómo habría sido la vida de muchos políticos si no tuvieran la "profesión" de políticos, es decir, la cuestión es si serían capaces de hacer lo que las personas que emigran, de haberse visto en esa situación, y salir adelante en las condiciones que lo hace la gente a la que no sólo no reconocen su sacrificio, sino que éste se utiliza deformándolo hasta exponerlo como disculpa política.

Hemos leído la carta de los emigrantes españoles, de la Marea Granate, muchos de ellos se van sin un contrato a buscarse la vida a países emergentes o desarrollados.

Lo que han escrito es la pura, dura y cruda realidad de una situación donde dejan de tener derechos como españoles, y no tienen derechos en los países de acogida por ser de otro país, hasta que encuentran trabajo para empezar a ganárselo.

Si es por abrir la mente y fortalecer habilidades sociales, uno viaja para conocer el mundo y enriquecerse culturalmente por ocio. Pero ese no es el caso del emigrante desesperado porque en España no hay trabajo y uno tiene que mantenerse él mismo y muchas veces a su familia.

¿Salto al vacío hacía la incertidumbre o muerte lenta hasta que se acabe el paro, las ayudas, o hasta que Cáritas no pueda más porque son cada vez más los que la necesitan? Juzguen ustedes.

La afirmación del Ministro de Exteriores es de una persona frívola, que tiene como misión gobernar, y no decir tantas tonterías que nadie se cree. 

José María e Ignacio Soto. 

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