Siempre
la veo salir. Sale del portal del número veinticuatro de la calle
Romeos, Madrid, a la misma hora, muy puntual. Suele ir con su gran
abrigo marrón, un fular anudado al cuello y el paso apresurado para
llegar cuanto antes a coger el autobús.
La
veo diariamente, todas las mañanas y siempre me pregunto quién
será, como será y a que se dedicara. Realmente me gustaría poder
disfrutar de la oportunidad de tenerla a mi lado. Compartir unos
cafés juntos una tarde, conversando. Sería un
sueño hecho realidad. Uno de mis mayores deseos y ambiciones. Algo
parecido a lo que experimenta un campeón de atletismo al llegar a la
meta.
Pero
como desconozco de qué manera ganarme su confianza (no sé nada de
ella salvo el domicilio) me limito a observarla desde mi ventana.
A
veces desearía que se produjera un encuentro casual. Que me la
encontrara de repente saliendo del ascensor o bajando las escaleras.
Podría intentar tener una charla con ella, intercambiar comentarios, eso sería suficiente para ganarme su
confianza.
Quizás
debería superar esta estúpida timidez que me domina cada vez que
quiero entablar una relación con una mujer. Ya no soy un chaval de
quince años. Pero tengo que reconocer que me cuesta. Me cuesta
bastante.
Por
eso quizás no he tenido éxito en mis últimas relaciones. Por qué
no supe decir la palabra adecuada en el momento apropiado, no tuve el
gesto amable que me correspondía tener…se pueden cometer tantos
errores.
Quizás
por eso no me atrevo ir al encuentro de ella. Despertarme a la misma
hora que ella, ducharme,
desayunar, vestirme y bajar hacia la parada de autobús a la que ella
acude y una vez allí, intentar de alguna manera, tener un dialogo
con ella. Así
que mi única alternativa viable es la de observarla cada mañana a
través de la ventana.
Pero
ayer ocurrió una desagradable sorpresa. Algo que hubiera deseado que
no hubiera sucedido. Era ya una tarde avanzada cuando la localicé casualmente en una de las ventanas del edificio
de viviendas que tengo enfrente, en una de las ventanas más próximas
al extremo izquierdo.
No
se distingue mucho pero se la ve iluminada por una fuerte luz roja y
parece estar concentrada en la lectura de algo, sentada frente a una
mesa. Veo que su rostro parece diferente, también su
peinado, menos arreglado. Parece más dulce, al mismo tiempo que no
parece tan sofisticada. Sus fracciones parecen menos atenuadas pero
más suaves y limpias. Me gusta la sencillez de su rostro.
Y
entonces, cuando más estoy disfrutando del momento, aparece un tipo
con vestuario retro, muy de los sesenta, pantalón de pana y melena
larga. Gafas John Lennon. Y cuando menos me lo espero, le
acaricia suavemente un brazo, y ella respondiendo a su llamada, se
levanta y le da un tierno beso en los labios.
Ya
no la observo. Todas las mañanas están llenas de nubarrones negros
y sinceramente pienso que ese panorama no debe ser observado, sino
olvidado.
Ignacio Pérez Jiménez.
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