miércoles, 25 de septiembre de 2013

CUANDO OBSERVO DESDE MI VENTANA.


Siempre la veo salir. Sale del portal del número veinticuatro de la calle Romeos, Madrid, a la misma hora, muy puntual. Suele ir con su gran abrigo marrón, un fular anudado al cuello y el paso apresurado para llegar cuanto antes a coger el autobús.


La veo diariamente, todas las mañanas y siempre me pregunto quién será, como será y a que se dedicara. Realmente me gustaría poder disfrutar de la oportunidad de tenerla a mi lado. Compartir unos cafés juntos una tarde, conversando. Sería un sueño hecho realidad. Uno de mis mayores deseos y ambiciones. Algo parecido a lo que experimenta un campeón de atletismo al llegar a la meta.

Pero como desconozco de qué manera ganarme su confianza (no sé nada de ella salvo el domicilio) me limito a observarla desde mi ventana.

A veces desearía que se produjera un encuentro casual. Que me la encontrara de repente saliendo del ascensor o bajando las escaleras. Podría intentar tener una charla con ella, intercambiar comentarios, eso sería suficiente para ganarme su confianza.

Quizás debería superar esta estúpida timidez que me domina cada vez que quiero entablar una relación con una mujer. Ya no soy un chaval de quince años. Pero tengo que reconocer que me cuesta. Me cuesta bastante.

Por eso quizás no he tenido éxito en mis últimas relaciones. Por qué no supe decir la palabra adecuada en el momento apropiado, no tuve el gesto amable que me correspondía tener…se pueden cometer tantos errores.

Quizás por eso no me atrevo ir al encuentro de ella. Despertarme a la misma hora que ella, ducharme, desayunar, vestirme y bajar hacia la parada de autobús a la que ella acude y una vez allí, intentar de alguna manera, tener un dialogo con ella. Así que mi única alternativa viable es la de observarla cada mañana a través de la ventana.

Pero ayer ocurrió una desagradable sorpresa. Algo que hubiera deseado que no hubiera sucedido. Era ya una tarde avanzada cuando la localicé casualmente en una de las ventanas del edificio de viviendas que tengo enfrente, en una de las ventanas más próximas al extremo izquierdo.

No se distingue mucho pero se la ve iluminada por una fuerte luz roja y parece estar concentrada en la lectura de algo, sentada frente a una mesa. Veo que  su rostro parece diferente, también su peinado, menos arreglado. Parece más dulce, al mismo tiempo que no parece tan sofisticada. Sus fracciones parecen menos atenuadas pero más suaves y limpias. Me gusta la sencillez de su rostro.

Y entonces, cuando más estoy disfrutando del momento, aparece un tipo con vestuario retro, muy de los sesenta, pantalón de pana y melena larga. Gafas  John Lennon. Y cuando menos me lo espero, le acaricia suavemente un brazo, y ella respondiendo a su llamada, se levanta y le da un tierno beso en los labios.

Ya no la observo. Todas las mañanas están llenas de nubarrones negros y sinceramente pienso que ese panorama no debe ser observado, sino olvidado.

Ignacio Pérez Jiménez. 

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