martes, 20 de agosto de 2013

EL HOMBRE QUE NO SENTÍA VERGÜENZA.


Aquí nos hacemos eco de una historia verídica que la colaboradora-periodista de "El Correo de Andalucía", Ana Trujillo, contaba el pasado 22 de Julio en dicho periódico.

Hace poco más de dos meses contaba en este mismo espacio la historia de un hombre normal y corriente caído en desgracia. Yo la hice pública tras escuchar su relato a voz en grito en el autobús. En la línea C2 de Tussam. El lunes pasado me volví a encontrar con el mismo tipo. Esta vez en el C1. 


Todavía no eran las dos de la tarde. Salía a toda prisa del trabajo intentando ganar el tiempo que me había robado el coche por la mañana. Apenas si tuve que esperar el autobús en la parada de la Facultad de Comunicación (¡la aplicación de Tussam funciona!), aunque no hacía mucho calor. Desde luego las temperaturas eran más suaves que en mayo pasado. Me subo, pongo música y me concentro en mi smartphone(siempre me surgen dudas de quién controla a qué). El bus avanza sin sobresaltos hasta que el tipo de la otra vez se monta junto a la Basílica de la Macarena, frente al Parlamento de Andalucía. Es el mismo hombre de mediana edad. En esta ocasión viste un pantalón claro y un polo oscuro, con el pelo lacio rebelde y gafas. Un tipo cualquiera. Esta vez tampoco llego a escuchar lo que le dice al conductor, pero lo deja pasar sin pagar. Y comienza su show. El modus operandi es prácticamente el mismo.

A voz en grito reclama la atención de los presentes y como aquella vez asegura sentir “vergüenza” por tener que recurrir a unos extraños en busca de ayuda. Como entonces agradece la solidaridad de una señora, a la que señala pero, en realidad, sin señalar a nadie, que le ha dado diez euros para pagar unos medicamentos en la farmacia. Y muestra una bolsa con un par de cajas. Igual que hace dos meses. Intenta ganar credibilidad de cara a los pasajeros. Pero en su guion introduce algunos cambios. Ahora el paciente es él, al que le han quitado un pulmón, y no su hija. Esta vez da mucho menos datos. No dice nada de que aparecerá en televisión ni hay una directora general de Salud que le obliga a costear un 40% de los fármacos. También su circunloquio es mucho más breve. Va directamente al grano. Al dinero. Lo que sí repite una y otra vez es que esto a él le da mucha vergüenza y pide a los viajeros una contribución como los diez euros que le ha dado esa mujer que lo ha visto comprar las medicinas en la farmacia. No tiene mucho éxito con el pasaje.

Es obvio que la señora no existe ni tampoco su enfermedad. Su relato es más falso que un billete de 15 euros. El tipo del C1, que antes fue el del C2, es un timo. Es el prototipo de pícaro español. Un personaje que nuestros más célebres escritores del Siglo de Oro describieron con crudo realismo –cómo olvidar el Lazarillo de Lázaro de Tormes. El hombre cualquiera del autobús no siente vergüenza alguna, aunque debería, por tratar de engañar a otras personas que están dispuestas a ayudar a aquellos extraños que lo pasan mal. Puede que su relato sea mentira, pero no los es la historia que cuenta. En nuestro bloque, en nuestra calle, en nuestro barrio y en nuestra ciudad hay muchas personas que están atravesando momentos de enorme dificultad económica porque llevan ya años sin trabajo, los mismos que los que dura ya esta crisis. Es para sentir vergüenza.

La redacción del blog.
Extraído del periódico "El correo de Andalucía".

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