miércoles, 23 de enero de 2013

RÍO CAUTIVO, CALLADO Y SOLITARIO.



Observo el cauce de ese río cautivo, callado y solitario en el monte despoblado y desnudo, que a veces rompe su rutina serena con la frágil y desenvuelta caída de una hoja, prendido de la corriente fresca que avanza sin quererlo hacia ningún lugar conocido, excepto su amigo el mar, que espera tranquilo su llegada, en el altar plano donde los novios esperan a las novias.

El río es azul como un parche del cielo, un fragmento desprendido caído de la inmensidad que se yergue sobre nuestras cabezas, elevada, un regalo envuelto en papel de nube con fondo azul, un espejo transparente donde acuden las doncellas a mirar con coquetería su belleza reflejada, entre risas inocentes.

Va el agua vestida de novia con el traje compuesto de otras telas como las telas de las hojas caídas, que van corriendo inoportunas hasta la desembocadura, después de ser destronadas por el salvaje ímpetu del viento, obligadas a hallar una nueva morada, fragmentos de hojas y ramas que se debaten hacia un nuevo destino, quizás lleno de desafíos, en una inquietud perpetua y una calma disimulada en la frentes.

El río no tiene forma eterna, se transformará, en su ineludible rumbo, en un vasto mar de algas y peces, una dimensión más formada por una caudal infinito de agua que en la distancia hace pactos y conjuros secretos con el silencio de más adentro, donde circulan navíos atentos a los rumbos invisibles, atentos a las líneas del sol .

Pero llegó imprevisible el futuro y con su ensordecedora llegada puebla de retumbantes truenos la tranquila y pacifica sima, agitando con vehemencia la frágil piel del mar, uniendo y desanudando contornos, provocando el enfado del oleaje que ruge furioso su rabia desencadenada.

Caerán enfurecidas gotas de agua y la furia no cesara en ese espectáculo vacío de espectador, atmosfera salvaje que no atiende a las suplicas encarecidas de la calma pero a pesar de todo volverá a reinar orgulloso el sol en su trono y dará luz de alegría y paz de viento al exaltado clima, venciendo las tinieblas, que como casi todas, huyen en su final ya conocido con el curso definitivo del destino.

Ignacio Pérez Jiménez.

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