Observo
el cauce de ese río cautivo, callado y solitario en el monte
despoblado y desnudo, que a veces rompe su rutina serena con la
frágil y desenvuelta caída de una hoja, prendido de la corriente
fresca que avanza sin quererlo hacia ningún lugar conocido, excepto
su amigo el mar, que espera tranquilo su llegada, en el altar plano
donde los novios esperan a las novias.
El
río es azul como un parche del cielo, un fragmento desprendido caído
de la inmensidad que se yergue sobre nuestras cabezas, elevada, un
regalo envuelto en papel de nube con fondo azul, un espejo
transparente donde acuden las doncellas a mirar con coquetería su
belleza reflejada, entre risas inocentes.
Va
el agua vestida de novia con el traje compuesto de otras telas como
las telas de las hojas caídas, que van corriendo inoportunas hasta
la desembocadura, después de ser destronadas por el salvaje ímpetu
del viento, obligadas a hallar una nueva morada, fragmentos de hojas
y ramas que se debaten hacia un nuevo destino, quizás lleno de
desafíos, en una inquietud perpetua y una calma disimulada en la
frentes.
El
río no tiene forma eterna, se transformará, en su ineludible rumbo, en
un vasto mar de algas y peces, una dimensión más formada por una
caudal infinito de agua que en la distancia hace pactos y conjuros
secretos con el silencio de más adentro, donde circulan navíos
atentos a los rumbos invisibles, atentos a las líneas del sol .
Pero
llegó imprevisible el futuro y con su ensordecedora llegada puebla de
retumbantes truenos la tranquila y pacifica sima, agitando con
vehemencia la frágil piel del mar, uniendo y desanudando contornos,
provocando el enfado del oleaje que ruge furioso su rabia
desencadenada.
Caerán
enfurecidas gotas de agua y la furia no cesara en ese espectáculo
vacío de espectador, atmosfera salvaje que no atiende a las suplicas
encarecidas de la calma pero a pesar de todo volverá a reinar
orgulloso el sol en su trono y dará luz de alegría y paz de viento
al exaltado clima, venciendo las tinieblas, que como casi todas,
huyen en su final ya conocido con el curso definitivo del destino.
Ignacio Pérez Jiménez.
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