Cuando el cielo azul se
pinta de negro, cuando la noche va extendiendo sus
dominios para llenar de oscuridad el cielo, cuando las estrellas empiezan a acompañar a la
orgullosa luna, cuando las farolas se encienden, cuando el candil de la mano del sereno va arrancando
destellos en la oscuridad, cuando las calles quedan vacías, llega esa hora maldita de
enfrentarme al pozo oscuro y profundo de la soledad.
Le pido a la noche
oscura, que no recuerde el suave roce de tus labios impregnando mi piel, que no recuerde el consuelo de tus brazos en las horas donde las pesadillas se tornan malditas,
que no recuerde el perfil anguloso de tu cara, que no recuerde las palabras que me decías cada
día, ese susurro de voz, brisa dulce que silba
por un bosque entonando melodías,
haciéndose un sitio en el infinito.
Le pido a la noche oscura, que
no me sorprenda con flechas hirientes, que guarde su rencor
en su mente enfermiza. Mis reflejos son débiles desde el último adiós, y no sé si este sueño cansado tendrá la habilidad suficiente para sortearlas. Porque
la maldita noche oscura no entiende del dolor de un corazón
abandonado que se resiste, latiendo entre gemidos y sollozos.
Le pido a la noche oscura, concordar en un papel estrategias para que la oscuridad, que se abalanza sobre mí, no me
me invada de su negrura, y que las estrellas me parezcan esperanzas más cercanas, alcanzables en la distancia a mis
brazos suplicantes, y alumbren este corazón y esta mente adormecidos y descubra rumbos nuevos
llenos de verde y cielos limpios que me hagan sentir más próxima su presencia, y pensar que somos uno en este desierto frío y vacío de mi ser.
Le pido a la noche
oscura que me devuelva la esperanza perdida, que la luna resplandezca
doble, que una sola estrella baste para
multiplicarse y llenar en el cielo los espacios vacíos,
que el tiempo no vacile en la indecisión de pasar más rápido, que
las sombras que se acumulan en las paredes no me asusten con sus
gestos amenazantes, que esta noche, por una vez, pase linda como un tesoro rebosante de oro, pulido y
brillante como una mañana de agosto.
Ignacio Pérez Jiménez.
Colaboran Inma y Rafa.
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