… hoy os voy a hablar de un
sevillano de pro, de un hombre que nació en esta tierra pero murió en otra,
aunque...
¿Sabéis que Bécquer tuvo dos entierros? Pues si ¡Y qué equivocado
estaba nuestro Gustavo Adolfo al pensar en su legado! El poeta amaba Sevilla y
siempre pensó que quedaría en el olvido y así lo hace ver en algunas de sus
rimas, creía que su obra no iba a perdurar y mucho menos que lo recordarían
después de su muerte. No, no tenía mucha visión de futuro el muchacho y así lo
escribió:
Al ver mis horas de
fiebre
E insomnio lento
pasar,
A la orilla de mi
lecho,
¿Quién se sentará?
Cuando la trémula mano
Tienda, próximo a
expirar,
Buscando una mano
amiga,
¿Quién la estrechará?
Cuando la muerte
vidrie
De mis ojos el
cristal,
Mis párpados aún abiertos,
¿Quién los cerrará?
Cuando la campana
suene
Una oración al oírla,
¿Quién murmurará?
Cuando mis pálidos
restos
Oprima la tierra ya,
¿Quién vendrá a llorar
¿Quién, en fin, al
otro día
cuando el sol vuelva a
brillar,
de que pasé por el
mundo,
Nada más lejos de la
realidad, en 1870 fue enterrado en Madrid, casi en el mismo momento de la
muerte del poeta, existe la intención, aunque en círculos literarios muy
restringidos, de que Bécquer regrese a Sevilla, sin embargo, hasta 1913 no se
exhumaron sus restos y fueron trasladados a la ciudad que le vio nacer.
La comitiva se dirigió
a la estación de Atocha en una carroza con tiro de cuatro caballos. El
ataúd fue trasladado en un vagón tapizado de negro. El tren partió de
Madrid a las cinco de la tarde y llegó a Sevilla el 10 de abril en el tren de
la mañana de las siete cuarenta. Los restos fueron colocados en una capilla
ardiente improvisada en la estación. Era jueves y en Sevilla llovía
torrencialmente, tanto que hubo que suspender el cortejo fúnebre que devolvía
los restos de Gustavo a Sevilla hasta el día siguiente, para ofrecerle un
segundo entierro.
Este descanso
definitivo fue seguido por un gran número de ciudadanos, que también querían
rendir su último homenaje al poeta. En el cortejo fúnebre, escoltado por la
Guardia Municipal Montada, tanto académicos como importantes nombres de la
política acompañaron los restos del poeta romántico portando cirios encendidos
que dotaban de un aura de inmortalidad una escena que sería inolvidable para
los allí presentes.
Él quería que a su
muerte lo enterrasen en un lugar que frecuentaban los sevillanos, a la orilla
del Guadalquivir en el camino del monasterio de San Jerónimo.
«Una piedra
blanca con una cruz y mi nombre serían todo el monumento».
Pero no fue
así, sus restos reposan en un lugar estremecedor, oscuro, sobrio y
sombrío. Un escenario digno y distinguido, pero muy diferente del que el poeta
soñó como última morada. EL PANTEON DE SEVILLANOS ILUSTRES. Los poetas Antonia
Díaz y su marido José Lamarque de Novoa fueron los mecenas de Gustavo Adolfo
Bécquer. Gracias a ellos que pagaron su primera obra fue conocido y no se
perdieron sus poemas.
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