I
Una
mañana de mayo,una mañana muy fresca, entréme por estos valles, entréme por estas vegas. Cantaban los pajaritos. olían las azucenas eran azules los cielos y claras las fuentes eran. Junto a un arroyo más claro que un espejo de Venecia, hallara una pastorcica, una pastorcica bella. Azules eran sus ojos, dorada su cabellera, sus mejillas como rosas y sus dientes como perlas. Quince años no más tendría y daba placer el verla, lavándose las sus manos, peinándose las sus trenzas. II -Pastorcica de mis ojos, admirado la dijera-, Dios te guarde por hermosa; bien te lavas, bien te peinas. Aquí te traigo estas flores cogidas en las pradera; sin ellas estás hermosa y estaráslo más con ellas. -No me placen, mancebico, respondióme la doncella, no me placen, que me bastan las flores que Dios me diera. -¿Quién te dice que las tienes? ¿Quién te dice que eres bella? -Me lo dicen los zagales y las fuentes de estas vegas.– Así habló la pastorcica entre enojada y risueña, lavándose las sus manos, peinándose las sus trenzas. III -Si no te placen las flores, vente conmigo siquiera, y allá, bajo las encinas, sentadicos en la yerba, contaréte muchos cuentos, contaréte cosas buenas. -Pues eso menos me place, porque el cura de la aldea no quiere que con mancebos vayan al campo doncellas.– Tal dijo la pastorcica y no pude convencerla con estas y otras razones, con estas y otras promesas. Partíme desconsolado, y prorrumpiendo en querellas lloré por la pastorcica que sin darme otra respuesta, siguió a orilla del arroyo entre enojada y contenta, lavándose las sus manos, peinándose las sus trenzas. IV Fuime por aquellos valles, fuíme por aquellas vegas; mas…¡mi corazón estaba muriéndose de tristeza, que odiosas me eran las flores y odiosas las fuentes me eran. Torné junto el arroyuelo donde a la doncella viera…. El arroyo encontré al punto, ¡mas no encontré la doncella! Pasaron días y días, y hasta semanas enteras, y yo no paso ninguna sin que al arroyo no vuelva; pero ¡ay!, que la pastorcica mis ojos allí no encuentran, lavándose las sus manos, peinándose las sus trenzas. |
ANTONIO TRUEBA.
Recopilado por Manuel Armentero.
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miércoles, 29 de octubre de 2014
A LA ORILLA DEL ARROYO. (ROMANCE)
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