Nuestros
brazos eran demasiado grandes para la simplicidad de la mesa y la
cena demasiado sencilla para celebrar nuestro amor.
Pero
nos conformábamos porque todo lo veíamos bueno. Hasta los muebles más vetustos nos parecían tener una capa brillante de oro luminoso.

Nadie podía prever lluvia torrencial, de la que deja el espíritu sin ánimo de seguir
avanzando, sepultado en una fosa de tristeza donde las lágrimas
enjuagadas no consuelan los llantos.
El
día que sonreíste esta señalado en el calendario.
Y
nuestros abrazos se dijeron adiós, dejando una avenida entera de
espacio entre ambos, donde corrían fugitivos los coches. Y tu
sonrisa se terció como una acuarela que se derrite con el sol,
dejando una mancha desarreglada en el lienzo.
Soy
un reloj sin cuerda, un artilugio mecánico desprovisto de lógica.
Una primavera sin flores, un verano sin sol, un otoño sin hojas secas y un invierno sin
nieve. Soy todas las estaciones sin ningún sentido, soy una planta
que yace dormida y gris en un campo yermo. Soy
el final de una trágica historia.
Pero me quedo con tu sonrisa de Nueve de Noviembre, simpática, alegre, guapa, joven. Me quedo con tus ojos y tus abrazos, tus palabras y tus gestos y con el perfume que
acompañó tu cuerpo.
El
día que sonreíste esta señalado en el calendario.
Ignacio Pérez Jiménez.
1 comentario:
Últimamente escribes mucho sobre el amor Ignacio.¿estás enamorado quizás? O ¿es que ya llega la primavera?jajaja. Era una broma.besos a todos
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