Uno mi aliento junto al tuyo,
y me imagino que este cruento invierno
se caldea con los besos que me das,
que se derrite la nieve que se acumula
en los rincones y las esquinas
de esta desvencijada ciudad,
como si la invasión de un reino de hielo
apoderarse de la urbe quisiera,
dejando su huella helada en los viandantes
y las estructuras vivas de los edificios.
Este invierno sacudido,
con furia, por el viento y la lluvia,
es tranquilidad y reposo en tus brazos,
refugio soñado de las almas prisioneras
de un amor que va dictaminado sus reglas
a través de nuestros abrazos apasionados,
y el invierno parece alejarse
con sus tropas de nubes guerreras
y viene a reemplazarlo un eco
de pájaros volando y un cielo claro
como tus ojos que llena el mundo de alegría,
con un sol que a cambio de nada
regala cálidos rayos de sol a su alrededor.
Me gusta verte sonreír
porque siempre que lo haces
parece que el sol que se esconde
en tu boca saliera a saludarme
en toda su plenitud
y no me da miedo que me ciegue su luminosidad
sino que me abro a ella
como una flor sedienta de luz,
despertando sentidos ocultos
que alzaran el canto de los pájaros
a sonoridades imprevisibles,
tan altas como ese cenit engalanado
de blancas nubes que nos gobierna.
Me gusta coger tu mano,
quizás porque en ella están las claves
que descifran el lenguaje de nuestro amor,
porque a través de la unión
de nuestras manos quedan impresas
gotas de cariño como de roció,
como la fuerza desbordante
de un beso dado en el momento
propicio de los amantes.
Ignacio Pérez Jiménez.
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