Fotografía del pasado, aquel inmejorable momento inmortalizado por el disparo de una cámara,
aquellos jóvenes rostros sonrientes que alumbraban la aurora, cuando
las tinieblas de la noche se han disipado. Aquel amor que
comenzaba, aquel primer tramo del sendero donde los campos bullían
de flores y el cielo era una sonrisa dedicada a los que éramos. Aquel comienzo de un camino que
recorrimos juntos y que tan lejos nos ha llevado acostumbrados al suave toque de nuestro tacto.
Veintitrés años
y la foto sigue decorando el salón.
Atrás quedaron nuestros
sueños, nuestras viejas ilusiones, agarradas al recuerdo para que
el viento no se lo llevara lejos, para que no se perdieran. Pero el
tiempo pasa, nos acostumbramos los unos a los otros, los cambios
que no pensábamos llegaron, la ilusión se resquebrajó como un
cristal herido, todas las ninfas que estaban posadas en ellas
volaron lejos hacia otras regiones distintas para llenar de encanto
los romances de una nueva pareja que, seguramente, seguirán nuestro
camino empedrado dirigido al olvido de los sentimientos que bullían como alas agitadas en nuestro interior.
Pero aún seguimos ahí, juntos, siguiendo la ruta que va dejando el tiempo en su inevitable
avance, tan bien trazada que no podemos
esquivarla, por mucho que nuestros deseos se esforzaran en
evitarla.
Después de todo lo recorrido mi mano sigue buscando la
tuya, me corresponde con un roce leve y frio. Aún me
apoyas, aún crees en mi después de tantas cosas
que nos han pasado, aún nuestro amor sobrevive y quizás algún
día se haga más grande. Me conformo con que sigas
a mi lado. Pido a Dios que nunca me separe de tu lado, necesito tu cariño y tu presencia cercana. Te necesito y creo que tú a mí. Quizás estemos más enamorados
de lo que creemos y me dolería que me negaras la mano. Permanece
conmigo hasta siempre. Te necesito más de lo que mi corazón dice. Que no te tiemble la mano cuando hagamos juntos el último y
definitivo paseo
Ignacio Pérez Jiménez.
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